Antes de avanzar en este tema, vamos a dar una definición oportuna: una fruta (o un fruto) es la infrutescencia, la semilla o las partes carnosas de órganos florales aptas para el consumo humano y con un adecuado grado de madurez. Bastante poético, ¿no?
Los criterios de clasificación de las frutas son diversos, e incluyen su naturaleza, su estado, su fisiología, sus colores y, según la estación donde se producen, su abundancia.
Así, de acuerdo a su naturaleza existen tres tipos de frutas: las oleaginosas, las secas y las carnosas. Veamos una por una.
- Las frutas y semillas de naturaleza oleaginosa (por ejemplo la oliva) se emplean habitualmente para obtener grasas y aceites para el consumo humano.
- Por otro lado, los frutos y semillas que poseen en su parte comestible menos de un 50% de agua se denominan frutas secas o de cáscara. A este último grupo pertenecen las frutas desecadas (higos secos, uvas pasa, ciruelas pasa, etc.) y los frutos secos (castaña, almendra, avellana, pistacho, etc.)
- Por el contrario, las frutas carnosas son las más acuosas, concretamente las que poseen más del 50% de agua en su parte comestible. Estas frutas en general son bajas en grasas, aunque existen excepciones como la palta, aceituna y coco.
A su vez, dentro de esta clasificación existe otra subclasificación: la botánica de las frutas
Los frutos carnosos simples y compuestos cuentan con el siguiente valor nutricional:
- La fibra, que puede oscilar según la fruta, y mayoritariamente se concentra en la piel de la misma. Produce sensación de saciedad, permite que en sistema digestivo funcione en forma correcta al reducir el tiempo de tránsito intestinal, están tienen el potencial de reducir el riesgo de enfermedades relacionadas al sistema gástrico, obesidad, etc.
- Los minerales, como magnesio y el potasio, son esenciales para el correcto funcionamiento de nuestro organismo y se encargan de regular distintas funciones dentro del cuerpo.
- La vitamina C, que es necesaria para el crecimiento y reparación de tejidos.
- La vitamina A, que colabora con el crecimiento y desarrollo del cuerpo humano, favorece la formación y mantenimiento de dientes, tejidos blandos, óseos y piel sanos.
Por otra parte, los frutos dehiscentes e inhiscentes tienen las siguientes características:
- Frutos secos dehiscentes: Elevado contenido de fibra procedente de la piel (facilita la movilidad intestinal) aunque también aumenta la flatulencia, al ser fermentados por la flora intestinal. Tienen bajo contenido de hidratos de carbono complejos, por lo que son menos calóricas.
- Frutos secos indehiscentes: frutas que poseen escasa proporción de agua en su composición, alta densidad calórica en poco volumen y muchísimos nutrientes beneficiosos para el cuerpo. Contienen grasas saludables y son ricos en antioxidantes. Son alimentos de gran cantidad de proteína vegetal y fibra; Son recomendados para mantener una buena salud cardiovascular, reducir la presión arterial y aumentar el colesterol bueno en sangre.
Las frutas también pueden clasificarse en función de su estado como frescas, desecadas y deshidratadas.
- La fruta fresca es aquélla que, sin haber sufrido tratamiento alguno que modifique su estado natural, se destina al consumo inmediato.
- La fruta desecada sí que ha sufrido un tratamiento que reduce de manera considerable su humedad o contenido en agua. Generalmente se desecan por la acción natural del aire y del sol. Ejemplos de fruta desecada son: la aceituna pasa, el damasco desecado, castaña desecada (o pelada), ciruela pasa, dátil, higo pasa, manzana desecada, medallón, durazno deshuesado (entero, en mitades o en tiras), pera desecada y uva pasa.
- Por último, a la fruta deshidratada se le reduce la humedad mediante tratamientos autorizados (no naturales) de manera que se consigue evitar alteraciones posteriores, prolongando su vida útil.
Hay otra clasificación importante, quizás un poco más técnica, pero no por eso menos importante. Las frutas pueden ordenarse de acuerdo a su respiración y producción de etileno. Aquí aparecen las frutas climatéricas y no climatéricas.
Las primeras son capaces de seguir madurando incluso después de haber sido recolectadas. Estas frutas, a pesar de estas de haber sido recolectadas de sus plantas, continúan emitiendo etileno, la sustancia responsable del proceso de maduración y envejecimiento del fruto. Manzana, pera, banana, ciruela, palta, tomate y melón son algunos ejemplos de ellas.
En la otra vereda encontramos a los frutos no climaréticos, que tienen una maduración reducida una vez separados de la planta, como la naranja, limón, cereza, frambuesa, uva, aceituna, pimiento, entre otros.
Fuente:
“Bases de la Alimentación Humana”, Víctor Manuel Rodríguez Rivera. Por: Asignatura Alimentación Institucional, Escuela de Nutrición, FCM, Universidad Nacional de Córdoba (UNC)